Escrito por: Carlos Arturo Moreno De la Rosa
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“Váyase al kínder, aquí se viene a trabajar, no a jugar, si quiere jugar váyase al kínder… siéntese!” Frase estentórea escuchada en voz de una maestra de primaria.
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Abordar la subjetividad del infante que acude a la Educación preescolar, menuda tarea. Muchas veces esta etapa no es considerada con la relevancia que tiene, relevancia que a continuación se desentrañará; para llevarlo a cabo tomaré como base las propuestas de Ángela Peruca. El lector podrá acceder a una gran gama de variables como lo son los vínculos afectivos, los fantasmas internos, los miedos, los intereses y motivaciones que repercuten en el proceso de enseñanza aprendizaje.
Resulta esclarecedor para cualquier persona que inicie en los vericuetos de querer entender qué es lo que acontece en la mente de un infante que tiene entre tres y seis años de edad. El texto aquí esgrimido podrá ser accesible tanto para un padre de familia interesado en la educación de su hijo que cursa el jardín de niños, como para una docente de nivel preescolar, un psicólogo o un docente de educación especial.
De entrada debemos de tener en mente el axioma ya sustentado por la observación, fundamentado científicamente, comprobado empíricamente que “la forma en que interactúan los infantes de preescolar tiene mucho que ver con sus experiencias familiares”, es decir, el infante va al jardín de niños a reproducir las pautas de interacción que ha venido introyectando por medio de las interacciones vinculares con los miembros de su familia, llámese familia nuclear, llámese familia extensa, así como también las pautas de comportamiento que ha desarrollado por medio del aprendizaje vicario a través de la Gran-Nana: la Televisión. El infante reproduce lo aprendido pero también, señala Ángela Peruca, el salón de clases le permitirá expresar los deseos que se reprimen en el hogar.
El Jardín de infantes es un espacio propicio para que se instauren y se regulen las relaciones educativas tanto presentes como futuras. Tenemos un niño que ya posee un Yo (en el mejor de los casos) sólidamente estructurado; ya es capaz de relacionarse con la Realidad, con el mundo que le rodea, ya es capaz de nombrar los objetos, por medio del lenguaje crea la realidad, sabe que no solamente existe él, que existe el Otro con el que puede jugar, socializar. Su “Ello” ha quedado lentamente domesticado, ya no es el bebé llorón que recibe todo lo que desea, ya no es ese ente hedonista de la primera infancia, ahora sabe que tiene que esperar para satisfacer sus necesidades. Y finalmente se está labrando el terreno para la instauración propicia del Superyó para que de esa forma quede instaurada su estructura psíquica con la que vivirá el resto de su existencia.
El infante se va a relacionar con la institución Educativa de acuerdo a cómo se ha venido relacionando con su madre, el amor que le tiene a su madre lo desplazará hacia su maestra y se relacionará con sus pares de acuerdo a como lo ha venido haciendo con sus hermanos. Esa dinámica se repetirá constantemente durante su vida, y así pasará con las sucesivas etapas educativas y posteriormente en el ámbito laboral y en la elección de pareja; el vínculo afectivo primario con la madre determinará las sucesivas relaciones, ya sean de afecto, ya sean laborales: “dime cómo te amó tu madre y te diré cómo amarás a tu pareja” o “dime qué opinas de tu jefe de la empresa y te diré como fue tu relación primaria con tu madre”, lo mismo aplicaría con los compañeros de escuela y de trabajo que vendrían a representar a los hermanos de la infancia.
El ser humano está en constante proceso de aprendizaje, cuando uno es un niño y aún siendo adulto, las cosas resultan nuevas y atractivas, todo un mundo por aprender y aprehender, es así como el niño también debe dar ese paso existente entre el actuar consigo mismo, al actuar entre los otros y llegar a actuar con los otros, eso se adquiere también por un proceso de aprendizaje, el niño tiene que aprender a vivir en comunidad, a ser tolerante ante las diferencias, a respetar al otro, saber conducirse bajo reglas de convivencia, así se estará forjando su personalidad en un ambiente democráticamente propicio, en el correcto y amplio sentido de la palabra Democracia.
¿Qué pasa con el niño que tiene problemas para “insertarse” en la dinámica del grupo? Es un niño que no ha podido aún superar la fase egocéntrica. Este periodo de egocentrismo es una etapa normal dentro del ciclo de vida del ser humano, es natural pasar por esa fase, pero como cualquier fase del desarrollo está para ser superada, pero el niño que no logra superar dicho estadio está todavía en una realidad en donde es capaz solamente de “actuar” y no de “interactuar”, lo lamentable de la situación es que se puede quedar fijado a esa manera de relacionarse con el otro y cuando sea grande tendrá repercusiones en la manera de intentar relacionarse con el otro, igualmente solo será capaz de “actuar” con el otro pero se le dificultará ese “interactuar”, ese hacer partícipe al otro en su subjetividad, casos que comúnmente se analizan en la consulta clínica, en donde aún quedan remanentes existenciales de esa primer infancia fatídicamente experimentada. El niño (léase también adulto”) da prioridad a sí mismo por encima de los demás. “Al niño le hacen falta los otros para re-conocerse” (Paparella).
¿De qué dependerá que el niño entable interacciones adecuadas o lleve a cabo interacciones distorsionadas? Existe la hipótesis de que el niño que aún no accede al lenguaje fluido tendrá dificultad para entablar interacciones adecuadas con sus pares, pero eso sería solamente quedarnos con el discurso manifiesto, nuestra lectura va más allá, intenta descifrar el “compromiso educativo” que se traduce en una co-participación activa, de inclusión del otro, independientemente si accede o no al lenguaje socialmente estipulado. Es decir, abordar la situación mediante un “Consenso operativo” (Goffman). “Aceptar a quien se presenta tal como dese representarse” (Peruca). Es así que adquiere sentido la conducta del niño “saboteador”, el niño que agrede, el niño que no encuentra gratificación en la relación, son síntomas de un profundo malestar. El niño que no pudo sostener un vínculo estable con su madre, re-editará esa relación (muchas de las veces destructiva) en el salón de clases.
Es así como entramos al tema álgido de la relación y los vínculos afectivos que sustentan toda conducta humana. “La capacidad de interactuar del niño (aquí donde dice “niño” omita la palabra “niño” y ponga el nombre del “niño” con el que más se le dificulta establecer el proceso de enseñanza-aprendizaje) volvamos: “La capacidad de interactuar del niño (Rolandito, Jesusito, Juanita, Alfredito…) y sus aptitudes sociales tienen ciertamente una sólida raíz en las experiencias familiares; aquí es donde nace la predisposición de el niño (Rolandito, Jesusito, Juanita, Alfredito…) a buscar o rechazar los contenidos interpersonales, a vivirlos como gratificantes o como frustrantes, a manejarlos como posibilidad de expansión adaptativa o de cierre defensivo” (Ángela Peruca, 1987).
La familia como principio y fundamento del potencial humano pero también como principio y fundamento de la locura.
Y es precisamente por eso que se vuelve imperativamente necesaria la inclusión del infante en la Educación preescolar, ya que es mediante la interacción con el otro que se potencializa el cúmulo de esquemas cognitivos que más adelante le servirán para la consecución de estructuras cognitivas para obtener las competencias y los aprendizajes esperados de acuerdo al nivel educativo en el que esté.
Es por eso que hoy en día se insiste en la participación activa por parte de la familia en la Educación del infante, si existe una previa estructuración del niño antes de que inicie su incursión en el preescolar facilitará el proceso de enseñanza aprendizaje, en un contexto axiológico que permita la libre ejecución de la Educación centrada en el alumno.
¿Cómo fomentar esa relación tan necesaria hoy en día para sostener esas interacciones impregnadas de respeto a la dignidad del ser humano? La propuesta es continuar con la hipótesis de J.J. Rousseau, es necesario volver los ojos al contrato social, a esa acuerdo tácito, ser conscientes de nuestra “naturaleza” bestial, sabernos necesitados de un contrato que estipule las interacciones sociales, no en vano existe la prohibición porque un día eso que está prohibido fue deseado. Hoy más que nunca es necesario rescatar ese contrato y qué mejor que hacerlo desde la raíz, empezar en el vínculo en la misma familia para que después el infante reproduzca esa “cartilla moral” que ya iría implícita en la interacción del niño con sus pares. Hoy más que nunca. Hoy más que nunca.
Iniciar primero con un “contrato social” para que después se trasforme en un “vínculo significativo”. Lograr establecer el aforismo “El Otro significa mucho para mí” como regla de vida. “Nada de lo Humano me es ajeno”.
Una Educación sustentada en la Ética. Una Educación axiológica. Optar por más “Personalismo”, más “Vitalismo”, más “Concienciación”. Erradicar esa misantropía que poco a poco, lentamente carcome nuestro corazón. Recitar junto a Freud: “Allí donde se lee Ello, debe leerse Yo”.
Carlos Arturo Moreno De la Rosa